El primer canto de La Divina Comedia actúa como una
introducción a la obra en la medida en que allí se anuncia el recorrido de
Dante a través de los tres reinos de ultratumba: Infierno, Purgatorio y
Paraíso. Queda además asentado el sentido de su viaje como único camino para la
salvación del alma, y se anticipa la presencia de Beatriz como guía que lo
conducirá por el paraíso así como el papel de Virgilio que lo guiará a través
de Infierno y Purgatorio. Además de esta función de pórtico de una obra
monumental, el canto primero actúa como introducción al primer reino que Dante
debe recorrer; de ahí que el lector se vea inmerso en un ambiente de oscuridad
y temor, elementos esenciales al infierno. La poesía del canto se ve en parte
constreñida por la acumulación de elementos conceptuales que Dante vuelca en estas
primeras páginas, creando con ello una estructura rígida, pero muy en
concordancia con el gusto medieval.
Los elementos estructurales claves son: las alegorías de la
selva, la colina, las alegorías de las tres fieras; el encuentro y diálogo con
Virgilio.
El canto se inicia con una metáfora célebre: “Nell mezo del
manin di nostra vita”. Con ella el autor nos introduce en un ambiente incierto
en el que la realidad aparece desdibujada o trascendida por la fuerza de los
significados alegóricos. La anécdota concreta del individuo perdido en la
selva, deviene con toda naturalidad signo del hombre que va trazando su
destino. El yo de Dante personaje es a la vez un “nosotros” y la selva, en cuya
oscuridad se pierde, es transparente alusión al pecado, ausencia de luz divina.
El canto primero del Infierno es el más claramente
informativo de la Divina Comedia: en él se expone el motivo del viaje y en él
se acumulan numerosas alegorías: la pantera, la loba, el león, el veltro, y
cada una de ellas es susceptible de diversas interpretaciones. El sentido
literal desaparece bajo este alud de símbolos.
El lenguaje alegórico proveyó en la Edad Media material a
tapices y vitrales, retablos, obras de teatro y poemas. El uso de símbolos se
hacía imprescindible en una época profundamente religiosa en la que las
realidades espirituales debían ser difundidas en un lenguaje accesible a todos
los hombres. Descifrar símbolos y alegorías era la forma en que solían
apreciarse las obras de arte, y esta traducción o lectura iba de la imagen
concreta al concepto
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